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MissLupe - Reset: poemas bailables para una ciudad que no se apaga

Hay discos que no solo se escuchan: se caminan, se bailan, se transpiran. Reset, el debut de larga duración de MissLupe, es eso. Un disco que suena como Buenos Aires a las cinco de la mañana, cuando la pista se empieza a vaciar, pero el cuerpo todavía insiste. Un mapa afectivo de la noche como experiencia, del club como archivo y del loop como modo de vida.

MissLupe, una de las voces más singulares de la escena electrónica local, no canta desde el centro del escenario. Canta desde el centro del temblor. Su voz aparece como fantasma entre beats, sintes del pop, dub lento y bajos densos. No es un álbum pensado solo para el goce: es también una manera de documentar todo lo que pasó entre el 2020 y el 2025, entre el encierro, el duelo, la pista, la escritura y la calle. “Lo empecé en 2021, pero hay ideas desde 2020. Fueron cuatro o cinco años. Primero salí mucho, después me guardé para escribir.”

El cuerpo aparece una y otra vez en la conversación. Pero no como presencia heroica, sino como pregunta, como fractura, como herramienta. Cuando le menciono que hay temas que se sienten profundamente corporales, como “Pínchame”, Lupe me responde: “Para mí es al revés: es desde la no corporalidad total. Desde la voz como algo abstracto que suena en un club. Como si la vocal del house cobrara vida y dijera: bueno, dale, usame, pero hacete cargo.”

Ahí está una de las claves del disco: no hay una sola voz ni un solo cuerpo. Hay capas. La voz de Lupe no es simplemente una narradora omnisciente. Es una presencia que se disocia y se reencuentra, que aparece como textura, como idea flotando entre los sintetizadores, como un cuerpo que a veces está en la pista y a veces no. “Cuando digo que me sostiene la pista de baile, quizás estoy diciendo que me sostiene la amistad. Me sostiene la cultura. Me sostiene la gente que organiza cosas para que la gente se encuentre.”

Reset no tiene una forma cerrada: avanza y retrocede como un loop. Se parece más a un diario de experiencias, anotado con los pies mientras se baila, que a un álbum lineal. MissLupe lo compone desde la experiencia directa: salir, volver, registrar. “A mí no cualquier pista me sostiene. No voy a cualquier fiesta, ni tan seguido. Las que me sostienen son las que tienen una idea de continuidad. Donde hay comunidad, donde después de bailar hay algo más.”

Y en esa continuidad, Buenos Aires es una protagonista central, como un cuerpo vivo. Como una textura que se cuela en cada track. “Yo soy de zona sur. Entrar a Buenos Aires siempre fue un evento. Nunca se me rompió esa fantasía de la gran ciudad. Hoy Buenos Aires es mi casa, pero sigue siendo esa ciudad que me atrapa.” Cada beat del disco está impregnado por esa vivencia urbana. Y aunque el disco pueda sonar en Berlín, en México o en clubes de Londres, lleva consigo la marca de haber sido hecho acá. “Cuando viajo, siempre me pasa que vuelvo y tengo una semana para reconectar con la idea de estar acá. De por qué sigo viviendo en Buenos Aires. Porque es mi identidad.”

El título del disco no es casual. Reset no habla de comenzar de cero borrando todo. Habla de insistir, de volver a escribir sobre lo vivido, de redirigir sin negar. “No es un disco que borra el pasado. No es apagar todo. Es resetear para escribir de nuevo. Como en los sistemas operativos: el hardware sigue siendo el mismo. Solo limpias el sistema para poder seguir.” En un país donde el reinicio es rutina, el gesto de MissLupe también tiene una dimensión política. “Para mí es muy argentino. Vivimos reseteándonos todo el tiempo. Porque si te conectas de lleno con la realidad, no podés existir. Entonces reseteas y vas por otro lado. Es sobrevivir.”
Aunque haya beats duros y texturas densas, lo que atraviesa todo el disco es una extraña ternura. Una sensibilidad que se cuela en medio del ruido, entre los drops, entre los silencios. “Para mí la ternura aparece cuando te preguntás qué queda después de bailar. Cuando la música se apaga, ¿qué queda?”
La respuesta no es simple. Porque no todo en el club es luminoso. También hay cansancio, tristeza, disociación. Pero aún ahí, hay algo que puede sostener. Mckenzie Wark en su libro “Raving” (una escritora que nos gusta a ambas) dice que a veces romantizamos el momento de la fiesta, pero en realidad exponemos al cuerpo a una trituración con el sonido y con lxs otrxs. “Aprendí a identificar mis vínculos. Quién es amigo, quién es colega. Aprendí a irme cuando hace falta, a volver cuando quiero. La pista de baile puede ser un living. Lo importante es cuidar la intimidad. Porque sin intimidad no hay nada.”
Reset no tiene moraleja, ni resolución. No busca cerrar una historia. Es un disco que insiste, que gira, que vuelve a preguntarse cosas. “¿Qué pasa cuando insistimos? ¿Qué se produce cuando bailamos sabiendo que todo se termina, pero igual seguimos?” Es un disco que habita la noche sin romantizarla. Que propone otra forma de resistencia: una donde la vulnerabilidad también tiene espacio, donde la ternura no es cursi sino política.
“No siempre hay que escapar. A veces quedarse, bailar con otrxs, también es un acto radical.”
Y ahí está el loop. No como repetición vacía, sino como estructura de sostén. Como forma de sobrevivir en una ciudad que no para, en un cuerpo que a veces no aguanta, en una escena que necesita espacios para sanar. Reset no busca respuestas. En todo caso, propone preguntas en forma de beat: ¿cuántas veces podemos empezar de nuevo? ¿Qué hay del otro lado de la pista cuando se apaga la música? ¿Cómo suena la ternura cuando se mezcla con el sudor?
Foto: Facundo Torga
Autora: Julia Bartolini (@juliabartolini)